”¡Abre la puerta, amada mía!”

El Cantar de los Cantares es un canto alegórico sobre el amor de Cristo y su novia, la Iglesia. El rey Salomón ama a una mujer quemada por el sol llamada Sulamita más que a las mujeres hermosas de Jerusalén.

Particularmente, en el capítulo 5 hay una escena en la que la Sulamita está acostada durmiendo, su amado va hacia ella al amanecer con los cabellos mojados por el rocío de la madrugada y le ruega que le abra la puerta, pero ella se niega poniendo diversas excusas. Sin embargo, cuando el amado extendió su mano a través de la ventanilla su corazón se conmovió y ella se levantó y abrió la puerta. El amado con la mano desde fuera llamó a la puerta y mojó el cerrojo de la mirra que había en su mano. Él buscó a su amada.

La mirra que había en la mano de su amado cuando éste tocó con impaciencia el cerrojo y llamó a la puerta era la mirra que los magos del oriente habían dado al niño Jesucristo como regalo al cuerpo que iba a morir por los pecados del mundo; la mirra con la que se ungió el cuerpo frío de Cristo tras su muerte en la cruz.

Cuando la mujer Sulamita vio sus manos, se conmovió su corazón, se levantó y abrió la puerta, y el cerrojo que sostenía estaba embadurnado de mirra.

¡Qué expresión del ferviente amor de Cristo por su novia, la Iglesia!

Incluso hoy, nuestro Señor llama a la puerta de nuestros corazones en las primeras horas de la madrugada.

“¡Abre la puerta, amada mía!”

Nuestras vidas se llenarán de amor si le abrimos nuestros corazones, le invitamos a las cámaras de nuestros corazones y empezamos el día caminando con Él.